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Sembrar la lluvia













Amapola silvestre,
llévate mi sangre 
a las entrañas del inframundo
así como tus pétalos,
elevan la sangre de los suelos,
que tus raíces, 
me conduzcan al tercer reino.
Oh, espino amarillo, 
que bajo tus espinas,
han visto infinitud de cal 
varios nacer los montes
y senderos, 
que todos llevan al mismo sitio
a perderse 
en el elevado espino 
de tu luz.
Oh elevado, 
cuál sería tu misterio
para dejar a este escriba absorto.
Brezo silvestre, 
sin miedo, tras el olivo
te vi crecer, 
y una manzanilla cerró 
junto con el verso
de la caléndula arvensis 
que tapó con sus pétalos
en cuña, 
al caer la luna al cielo.
Hervor del sol de mayo,
despertando el ojo de la tormenta,
necesitando más savia,
para respirar,
señores cardos bordean el sendero
a mi secuencia
presa en el arañal mi suerte,
visité hoy su familia de arañas,
como cada año,
ellas,
que siempre están
porque nunca se fueron,
bajo mi olmo de impía mano,
plantado,
su vena de acequia 
que surte el canal de riego,
asoman primeras gotas precoces
en mi ventana,
cantando surco
en un reguero de cielo,
todo me conducía,
a clavar mi guiño
en tierra para repitiese 
mi bella primavera,
de amapolas blancas de leche,
y rosas perras de escaramujos,
desterrados a mi patio,
mamoncillos de años atrás,
rebrillaban sus nuevas hojitas
al reverdor que Ostara,
siembra de sus faldas de luz,
todo era matemático origen de vida,
ascua que plañen los dioses,
líquida y fluyente,
como manto transparente,
que la belleza abarca 
y recoge luego en flores.
Agüita de mayo, te llamo,
embebe mi noble melancolía,
que te aseguro,
que hay tristeza, y sangre,
que es, y se puede volver bella.



Förüq castellano Miguel Esteban

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