LLAMEANTE OSCURIDAD:
Cálido yo,
ante un segmento de cobre
y su templado escalofrío,
un son en llamas del sonido,
humeante.
Se rizaba un acordeón,
en patitas algún diablo foráneo,
como un visitante fantasmagórico,
se quedaba sentado con nosotros,
sin reclamar ni vender derechos
consiguió en aire de alguna imagen,
turista o pusilánime prisionero
aún condenado,
hablaba solo con sus azares encausados
de invisibilidad trasnochada,
muletero de frío cálido ventisqueo,
era su sombra algo más
recelosa incluso ya no le temía,
partía brisas con miradas,
y servía naipes helados;
en copa alguna hada verde,
vestía de hojas su desnudez violenta,
relamía eclipses en alguna grama,
de patio umbrío,
eternidad caracoleaba,
sin lazo, ni pedernal florido,
era tiempo de batallar,
sobre poste cóncavo de pino frío
y señales en cable tenso de telégrafo,
jugaba notas, y señales,
alaridos esquivos,
y densos fantasmas,
flotaban y hacían de esta bruma,
todo corral,
y pretil llanto como rocío
de toda roseta, de penitente,
abierta a la fugaz mañana,
del hombre y su negra tijera.
Miradas extrañas, que le analizaban,
y encendían su yerta,
hórrida imagen capturada,
flotaba en aire; de plenilunio,
y solsticio embrujado,
como calor desfasando,
un chirrío, descorchado,
en alguna mente,
que con él sin saber se encuentra,
soldando vapores de océanos,
y espumas, y sus sirenas.
Entre vastedad que incendia,
todas cosas vanas, preguntó alguien,
sin destino,
si existir por sí mismo valiese,
era tiempo necesario;
lo que no se elige,
tampoco se duda,
ni pregunta, acaso hablamos,
o te acabo de pensar,
cadillo foráneo,
forraje de todo sendero
que lleva a conocerte,
como clavo en sombrero,
y cimitarra en tierra asida.
Förüq
Comentarios
Publicar un comentario